El silencio de las inocentes

Erwin Lechuga

11/3/20253 min read

Hay realidades que parecen lejanas, situaciones que se conocen a través de los medios de comunicación que no tienen la relevancia para nuestras vidas, porque simplemente no estamos presos de ellas y tampoco nuestras familias.

Había estado leyendo acerca de denuncias de acoso laboral en medios de comunicación de funcionarias vinculadas al sector público en la administración del gobierno Petro, específicamente, en el Departamento Administrativo para la Prosperidad Social, el Ministerio de Salud, el Centro de Memoria Histórica, el Ministerio del Interior, Artesanías de Colombia, RTVC, la Superintendencia de Industria y Comercio, el Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación y la Policía Nacional, que demeritaban el ejercicio de la función pública.

Muchas veces me pregunté si lo que leía era producto de personas molestas con ánimo de revancha al ser desvinculadas de sus trabajos, o por el contrario, el ataque feroz de la oposición buscando impactar de manera negativa la imagen de un gobierno que se mostró como garantista de los derechos de las mujeres. He de exponerles que soy una persona que me gusta analizar, hacerme preguntas, confrontar opiniones, no tragar entero, no ser un zombie o un fanático sin criterio que no conoce de razones.

En esas me pasé varios meses, a pesar de mis lecturas, me era imposible creer lo que ocurría, era como una negación, pero no por ser seguidor del petrismo, sino porque se me hacía difícil pensar que tanto discurso pomposo de reivindicación de derechos de la mujer había sido pura carreta, hasta que me llegó el momento en que topé con una mujer en un estado de ansiedad y angustia por un caso de acoso laboral del cual era víctima, que la tenía al borde del desempleo, y con la preocupación de tener que sacar dinero extra para los gastos legales que le tocaría asumir para defender sus derechos.

Cuando menos pensé y sin buscarlo me encontré con el caso que reafirmó las denuncias públicas que leí, sin dudarlo me puse a disposición de ella para atenderla, era una situación que merecía atención, un abordaje serio y comprometido con lo que vendría.

Esta causa en particular, me amplió el horizonte del conocimiento sobre la procesión por la que transitan las mujeres cuando son víctimas de acoso laboral en sus trabajos, máxime cuando en Colombia, muy a pesar que existe la ley 1010 de 2006 que aborda medidas de prevención, corrección y sanción del acoso laboral, las víctimas no encuentran el respaldo institucional para atender sus casos y por el contrario resultan revictimizadas, siendo el Estado y sus instituciones victimarios en este siniestro entramado.

Si hay algo que me resulta incómodo en mi profesión de abogado, es cuando veo que una persona se quiebra cuando la injusticia y el atropello de la dignidad humana es pisoteada por el poder, esta causa que hoy represento no es la excepción, he conocido la vulnerabilidad de un ser humano, el dolor de una mujer, de una víctima, de una trabajadora que por cumplir con su labor para la cual fue contratada, fue atropellada, invisibilizada, excluida y echada por la puerta de atrás.

Así como con ella, me puse en los zapatos de todas esas mujeres que hoy en Colombia sufren en silencio por el ejercicio de un poder despiadado que reconoce la dignidad y los derechos de mujeres influyentes en el proyecto político del ¨cambio¨, pero nunca la de aquella funcionaria anónima que llegó a ocupar un cargo por sus capacidades y no por ser parte de los afectos de políticos que se sienten inmaculados.

El acoso laboral en Colombia es una realidad que ha crecido de forma desbordada, esta aberrante conducta dentro de las relaciones laborales, está destruyendo la salud mental de quienes son víctimas, estrés, angustia, miedos, inseguridades, son apenas una de la tantas afectaciones que pueden atacar a una persona que es víctima de acoso laboral, lo más inicuo, es que en la mayoría de los casos les toca padecer en silencio porque no se atreven a denunciar para no verse expuestas al señalamiento y en riesgo de perder un trabajo que necesitan, mientras, los victimarios ahí están, erguidos, pavoneando dignidades que no merecen, disfrutando del daño que ocasionan y sin recibir el castigo que la ley les impone.

Soy un hombre de leyes, un sacerdote de la justicia, pero ante todo un ser humano hastiado de ver como nuestras mujeres son violentadas y convertidas en simples estadísticas que se atrevió a levantar la lanza de la ley, el escudo de la verdad y el estandarte de la justicia, para decir ¡BASTA!